sábado, 13 de abril de 2013

El futuro robótico de la humanidad


Artículo resumido del original escrito por: Renato Gómez Herrera





































¿Robots, desde cuándo?

Desde el siglo XX, el humano ha intentado crear robots que sean útiles y con los que pueda interactuar de una manera casi natural; por eso se desea poner un cerebro artificial dentro de un cuerpo que imite lo mejor posible al nuestro. Persiguiendo ese sueño, el industrial estadounidense Joe Engelberg construyó un prototipo en los años cincuenta, y en la década siguiente vendió su primer robot útil. Pero realmente los robots dejaron de ser ficción en los años ochenta, cuando brazos mecánicos gigantes que se movían, desplazaron a los obreros en las fábricas automotrices de Japón.
En los Estados Unidos han logrado crear un modelo que es capaz de caminar, captar el movimiento de una pelota en el aire y cogerla con su mano mecánica. Sin embargo, para ejecutar un movimiento tan sencillo, el costoso robot está conectado a varias computadoras que trabajan a su máxima capacidad para coordinar lo que detectan los “ojos” (varias cámaras de video) y el movimiento del brazo y la mano.

¿Puede la inteligencia ser artificial?

La inteligencia artificial (IA) puede definirse como el medio por el cual las computadoras y los robots realizan tareas que requieren de inteligencia humana. Por ejemplo, la resolución de cierto tipo de problemas. La IA agrupa un conjunto de técnicas que busca imitar procedimientos similares a los procesos inductivos y deductivos del cerebro humano. Se basa en la investigación de las redes neuronales humanas y busca copiar electrónicamente el funcionamiento del cerebro.
El avance en la investigación de las redes neuronales va ganando terreno a una velocidad espectacular. Entre sus aplicaciones destaca la poderosa computadora Deep Blue, que puede vencer a cualquier jugador de ajedrez: no sólo tiene gran cantidad de jugadas programadas, sino que aprende de su adversario, por lo que se va volviendo capaz de adelantarse a las decisiones de su enemigo.
Esas redes también se han usado en los autos robot, que pueden circular por las autopistas a una velocidad normal con un excelente margen de seguridad, y de hecho han cruzado Estados Unidos de costa a costa sin que el conductor tuviera que tocar el volante o los pedales. Persisten dos problemitas: la cajuela continúa atiborrada de equipo y cuestan un dineral. Se espera que en poco tiempo las computadoras tendrán miles de pequeños procesadores totalmente interconectados entre sí, lo que permitirá la maravillosa capacidad de aprender a través de experiencias recogidas por los “sentidos” de la máquina (cámaras de video, micrófonos, etcétera).

¿Qué podemos esperar en el futuro?

En el terreno de las computadoras personales, la velocidad de un procesador será enorme y no podremos agotar su memoria. Unos anteojos inalámbricos de realidad virtual nos mostrarán cómo va quedando nuestro texto. En lugar de teclear, quizá podremos plasmar palabras en la memoria de la computadora con sólo imaginarlas gracias a una discreta placa adherida a nuestra frente. Podremos manipular los equipos con el movimiento de nuestros ojos, que será detectado por un inofensivo rayo láser.
La red Internet transportará inmensas cantidades de información que serán cargadas en nuestra computadora en décimas de segundo. Nos reiremos de la época en que una página tardaba hasta 10 minutos en “bajar”. Por medio de la red podremos acceder a cualquier programa de televisión o radio que se transmita en cualquier parte del mundo, con una traducción impecable, o guardarlo en la memoria de la máquina si deseamos verlo más tarde. Los estudiantes tendrán clases virtuales en las que accederán directamente a los bancos de información de la universidad y se comunicarán con sus maestros sólo para resolver dudas o exámenes.
Los robots desplazarán al personal que nos atiende detrás de las ventanillas. Una máquina podrá resolver de manera satisfactoria las dudas sobre nuestro estado de cuenta. El cajero automático del cine recibirá nuestro dinero (o una tarjeta) para darnos a cambio entradas para la película en el horario que le indiquemos. Y así será en los aeropuertos, las estaciones de ferrocarril y en todas partes donde ahora hay ventanillas ocultando a empleados que aguardan impacientes la hora de salida.
Las computadoras moverán los capitales de un lugar a otro obedeciendo tan sólo a programas que beneficiarán a los dueños del dinero, sin importar si una nación se hunde en una pavorosa crisis en algunos instantes.
Al llegar a casa la puerta se abrirá con el sonido de nuestra voz. Sensores dispuestos en cada rincón encenderán la luz de la habitación a la que entremos y dejarán a oscuras la que ha quedado sola para ahorrar electricidad. La temperatura también será regulada por la computadora central para ofrecernos un clima privado a nuestro gusto. Por las mañanas, el desayuno que dejamos en el microondas comenzará a prepararse; en la radio la estación de nuestra preferencia nos despertará. Al salir podremos estar tranquilos porque la casa estará capacitada para detectar a posibles intrusos y la alarma se activará a la más mínima insinuación de peligro.
Si llega a haber una guerra global los pilotos controlarían por realidad virtual pequeños y mortíferos aviones y tanques a cientos de kilómetros del campo de batalla sin arriesgar un solo cabello.
Es muy probable que en pocos años, robots cirujanos realicen complejas intervenciones utilizando el instrumental quirúrgico con la precisión de una impresora.
Algún día, el Sojourner, el robot que exploró Marte, será una caja de zapatos comparado con los que llegarán a ese planeta para construir los centros urbanos de los primeros colonizadores. La última frontera serán los robots biológicos autorreplicantes que poblarán otros sistemas solares hasta hacerlos habitables para nuestra especie.

¿Y la gente?

Al parecer la inteligencia artificial promete un mundo fantástico, pero ¿realmente lo será? ¿Qué pasará, por ejemplo, con la enorme cantidad de seres humanos que no tienen acceso a la educación ni a la tecnología?, ¿qué pasara con las relaciones humanas y con la economía, con la enorme brecha entre ricos y pobres, entre desarrollo y subdesarrollo? No sabemos a ciencia cierta cuál será el futuro de la humanidad, pero sí sabemos que indudablemente cambiarán las relaciones de producción y quizá de comunicación. Es casi seguro que el desarrollo tecnológico estará al servicio de una minoría. Si por el contrario se utiliza para lograr que todos en este planeta logremos un mejor nivel de vida en estricta relación con el medio ambiente, tal artificio será realmente algo inteligente.
Renato Gómez Herrera es licenciado en literatura dramática y teatro. Desde 1990 se dedica a la divulgación de la ciencia y actualmente prepara su primera novela de ciencia ficción.

Fuente:

Renato Picerno
Comunicación
   Museo Interactivo de Ciencia

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