La experiencia externa de disfrutar de los
colores puede o no ser la misma para unos y para otros.
¿Cómo distinguimos los colores?
Nuestra visión de los colores empieza con
los sensores en la parte posterior del ojo, que tornan la información de la luz
en señales eléctricas en el cerebro.
Los neurocientíficos los llaman
fotorreceptores.
Tenemos diferentes tipos y la mayoría de la
gente tiene tres fotorreceptores distintos para la luz de color. Estos son
sensibles a los azules, verdes y rojos, respectivamente, y la información se
combina para permitirnos percibir toda la gama de colores.
En personas daltónicas, el verde es difícil
de reconocer pues tienen una debilidad en los fotorreceptores, perdiendo así la
sensibilidad a los tonos de este color.
El daltonismo, afecta a más o menos el 8%
de los hombres y 0,5% de las mujeres. Muchas personas con esta condición ni
siquiera se dan cuenta de ella. Viven entre gente que ve todos los colores,
aprovechando el hecho de que usualmente hay otras diferencia entre las cosas de
distintos colores que permiten distinguirlas, como intensidad o textura.
Por otro lado, algunas personas tienen una
sensibilidad al color particularmente acentuada. Se los conoce como tetracrómatas,
pues tienen cuatro fotorreceptores al igual que las aves y los reptiles. Esta
característica les permite ver radiación infrarroja y el espectro ultravioleta.
Los tetracrómatas humanos no pueden ver más
allá del espectro visible de luz normal, pero su fotorreceptor extra los hace
más sensibles al color en la escala entre el rojo y el verde, y por lo tanto a
todos los colores en la gama de los humanos. Para estos sujetos, el resto de
nosotros somos daltónicos.
Las percepciones varían
Históricamente, una rama de la psicología
ha adoptado una postura llamada conductivismo, que pretende que los
interrogantes sobre la experiencia y la apreciación interior son irrelevantes. Sin
embargo, al ser la diferencia entre nuestras experiencias interiores real e
incluso inevitable, se vuelve relevante.
Usamos palabras comunes y las utilizamos
para nombrar experiencias compartidas, pero nadie puede ver el mismo panorama, simplemente
porque la percepción es una propiedad de la persona, no del panorama.
Por tanto, efectivamente apreciamos
distinto el mismo color de un mismo objeto. Al final, este se convierte en una
experiencia compartida, pues el mismo acto de ver incorpora automáticamente sentimientos
y memorias, así como la cruda información que llega a nuestros ojos.
Podemos examinar nuestra vista para ver
cuán afinada es nuestra percepción de los colores, pero nunca sabremos lo que percibe
otra persona al ver un color.
El compartir una experiencia visual externa
es lo que nos vincula, aún si nuestras percepciones son similares o distinta.
Fuente:
Paola Brunner
Comunicación
Museo Interactivo de Ciencia
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