Artículo resumido del original escrito por: Renato
Gómez Herrera
¿Robots, desde cuándo?
Desde el siglo XX, el humano ha intentado crear
robots que sean útiles y con los que pueda interactuar de una manera casi
natural; por eso se desea poner un cerebro artificial dentro de un cuerpo que
imite lo mejor posible al nuestro. Persiguiendo ese sueño, el industrial
estadounidense Joe Engelberg construyó un prototipo en los años cincuenta, y en
la década siguiente vendió su primer robot útil. Pero realmente los robots
dejaron de ser ficción en los años ochenta, cuando brazos mecánicos gigantes
que se movían, desplazaron a los obreros en las fábricas automotrices de Japón.
En los Estados Unidos han logrado crear un modelo
que es capaz de caminar, captar el movimiento de una pelota en el aire y cogerla
con su mano mecánica. Sin embargo, para ejecutar un movimiento tan sencillo, el
costoso robot está conectado a varias computadoras que trabajan a su máxima
capacidad para coordinar lo que detectan los “ojos” (varias cámaras de video) y
el movimiento del brazo y la mano.
¿Puede la inteligencia ser artificial?
La inteligencia artificial (IA) puede
definirse como el medio por el cual las computadoras y los robots realizan tareas
que requieren de inteligencia humana. Por ejemplo, la resolución de cierto tipo
de problemas. La IA agrupa un conjunto de técnicas que busca imitar
procedimientos similares a los procesos inductivos y deductivos del cerebro
humano. Se basa en la investigación de las redes neuronales humanas y busca
copiar electrónicamente el funcionamiento del cerebro.
El avance en la investigación de las redes
neuronales va ganando terreno a una velocidad espectacular. Entre sus
aplicaciones destaca la poderosa computadora Deep Blue, que puede vencer a
cualquier jugador de ajedrez: no sólo tiene gran cantidad de jugadas
programadas, sino que aprende de su adversario, por lo que se va volviendo
capaz de adelantarse a las decisiones de su enemigo.
Esas redes también se han usado en los autos
robot, que pueden circular por las autopistas a una velocidad normal con un
excelente margen de seguridad, y de hecho han cruzado Estados Unidos de costa a
costa sin que el conductor tuviera que tocar el volante o los pedales.
Persisten dos problemitas: la cajuela continúa atiborrada de equipo y cuestan
un dineral. Se espera que en poco tiempo las computadoras tendrán miles de
pequeños procesadores totalmente interconectados entre sí, lo que permitirá la
maravillosa capacidad de aprender a través de experiencias recogidas por los
“sentidos” de la máquina (cámaras de video, micrófonos, etcétera).
¿Qué podemos esperar en el futuro?
En el terreno de las computadoras personales,
la velocidad de un procesador será enorme y no podremos agotar su memoria. Unos
anteojos inalámbricos de realidad virtual nos mostrarán cómo va quedando
nuestro texto. En lugar de teclear, quizá podremos plasmar palabras en la
memoria de la computadora con sólo imaginarlas gracias a una discreta placa
adherida a nuestra frente. Podremos manipular los equipos con el movimiento de
nuestros ojos, que será detectado por un inofensivo rayo láser.
La red Internet transportará inmensas
cantidades de información que serán cargadas en nuestra computadora en décimas
de segundo. Nos reiremos de la época en que una página tardaba hasta 10 minutos
en “bajar”. Por medio de la red podremos acceder a cualquier programa de
televisión o radio que se transmita en cualquier parte del mundo, con una
traducción impecable, o guardarlo en la memoria de la máquina si deseamos verlo
más tarde. Los estudiantes tendrán clases virtuales en las que accederán
directamente a los bancos de información de la universidad y se comunicarán con
sus maestros sólo para resolver dudas o exámenes.
Los robots desplazarán al personal que nos
atiende detrás de las ventanillas. Una máquina podrá resolver de manera
satisfactoria las dudas sobre nuestro estado de cuenta. El cajero automático
del cine recibirá nuestro dinero (o una tarjeta) para darnos a cambio entradas
para la película en el horario que le indiquemos. Y así será en los
aeropuertos, las estaciones de ferrocarril y en todas partes donde ahora hay
ventanillas ocultando a empleados que aguardan impacientes la hora de salida.
Las computadoras moverán los capitales de un
lugar a otro obedeciendo tan sólo a programas que beneficiarán a los dueños del
dinero, sin importar si una nación se hunde en una pavorosa crisis en algunos
instantes.
Al llegar a casa la puerta se abrirá con el
sonido de nuestra voz. Sensores dispuestos en cada rincón encenderán la luz de
la habitación a la que entremos y dejarán a oscuras la que ha quedado sola para
ahorrar electricidad. La temperatura también será regulada por la computadora
central para ofrecernos un clima privado a nuestro gusto. Por las mañanas, el
desayuno que dejamos en el microondas comenzará a prepararse; en la radio la
estación de nuestra preferencia nos despertará. Al salir podremos estar
tranquilos porque la casa estará capacitada para detectar a posibles intrusos y
la alarma se activará a la más mínima insinuación de peligro.
Si llega a haber una guerra global los pilotos
controlarían por realidad virtual pequeños y mortíferos aviones y tanques a
cientos de kilómetros del campo de batalla sin arriesgar un solo cabello.
Es muy probable que en pocos años, robots
cirujanos realicen complejas intervenciones utilizando el instrumental
quirúrgico con la precisión de una impresora.
Algún día, el Sojourner, el robot que
exploró Marte, será una caja de zapatos comparado con los que llegarán a ese
planeta para construir los centros urbanos de los primeros colonizadores. La
última frontera serán los robots biológicos autorreplicantes que poblarán otros
sistemas solares hasta hacerlos habitables para nuestra especie.
¿Y la gente?
Al parecer la inteligencia artificial promete
un mundo fantástico, pero ¿realmente lo será? ¿Qué pasará, por ejemplo, con la
enorme cantidad de seres humanos que no tienen acceso a la educación ni a la tecnología?,
¿qué pasara con las relaciones humanas y con la economía, con la enorme brecha
entre ricos y pobres, entre desarrollo y subdesarrollo? No sabemos a ciencia
cierta cuál será el futuro de la humanidad, pero sí sabemos que indudablemente
cambiarán las relaciones de producción y quizá de comunicación. Es casi seguro
que el desarrollo tecnológico estará al servicio de una minoría. Si por el
contrario se utiliza para lograr que todos en este planeta logremos un mejor
nivel de vida en estricta relación con el medio ambiente, tal artificio será
realmente algo inteligente.
Renato Gómez Herrera es licenciado en
literatura dramática y teatro. Desde 1990 se dedica a la divulgación de la
ciencia y actualmente prepara su primera novela de ciencia ficción.
Fuente:
http://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/2/la-inteligencia-artificial-hacia-donde-nos-lleva#sttop
Renato Picerno
Comunicación
Museo Interactivo de Ciencia
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