Normalmente se identifica el verano con las
ideas de luminosidad, alegría, calor y fertilidad; mientras que el invierno se
asocia con las de oscuridad, tristeza, frio y esterilidad. Pero en verdad los
dos solsticios tienen un carácter simbólico totalmente opuesto a las ideas que
evocan en nuestra mente el verano y el invierno porque, en un universo donde
todo es cíclico, cuando se llega a su máximo no queda otra alternativa que
aquella de disminuir. Por el contrario, aquello que llega a su mínimo, debe por
fuerza, recomenzar a crecer. Por este motivo el solsticio de verano señala el
momento cumbre en el cual el Sol que ha alcanzado el máximo de su esplendor,
comienza a declinar hasta el solsticio de invierno en el cual, llegado al
mínimo de luz, comenzará a incrementarla.
Cada inicio del año, que en el hemisferio
norte coincide con el solsticio de invierno, evoca el inicio de mundo. Es por
ello que en muchas tradiciones al inicio del año la sociedad es regenerada
mediante ritos de expulsión del mal y de re-creación del orden. La misma
palabra rito es por sí misma significativa. Deriva de la raíz sanscrita rta,
orden, la ley establecida por la divinidad en el momento de la creación del
universo.
A través del rito se repite el gesto
primordial del dios creador. Es un momento mágico donde el tiempo se detiene en
el “eterno presente”, donde aquello que fue, es y será, revive nuevamente. Así
en cada rito, en cada celebración de los solsticios, estamos, aunque
inconscientemente, repitiendo un acto cosmogónico y representando la eterna
lucha entre la luz y la oscuridad, así como han hecho hombres y mujeres desde
el origen de los tiempos.
El significado estacional del solsticio de
invierno se manifiesta en la reversión de la tendencia al alargamiento de la
duración de las noches y al acortamiento de las horas diurnas. Distintas
culturas definen esto de diversas maneras, puesto que en algunas ocasiones se
considera que, astronómicamente, puede señalar, ya sea el comienzo o la mitad
del invierno del hemisferio. El invierno es una palabra de significado
subjetivo, puesto que no tiene un principio o mitad que esté científicamente
establecido. El significado o interpretación de este evento
ha variado en las distintas culturas del mundo, pero la mayoría de ellas lo
reconoce como un período de renovación y re-nacimiento, que conlleva
festivales, ferias, reuniones, rituales u otras celebraciones.
Dado que el solsticio de invierno es visto
como la inversión del retroceso de la presencia solar en el cielo, los
conceptos de nacimiento o el renacimiento de los dioses solares han sido
comunes y, el uso de calendarios cíclicos por las distintas culturas basados en
el solsticio de invierno, se ha celebrado el renacimiento del año en lo que se
refiere a la vida-muerte-renacimiento de las deidades o a nuevos comienzos.
Quizás la festividad relacionada con el
solsticio de invierno más popular en nuestros días sea la Navidad.
Históricamente la fecha real del nacimiento de Jesucristo se desconoce. La
fecha llegó a celebrarse el 2 de enero, 28 de marzo, 19 de abril, 20 de mayo,
29 de septiembre, hasta quedar fijada el 6 de enero. Posteriormente en el año
354 se trasladó a la festividad solar del solsticio de invierno, el 25 de
diciembre, haciéndola coincidir con las Fiestas Saturnales. Al final de las
Saturnales, el 25 de diciembre, se celebraba el nacimiento del Sol —Natalis
Solis Invictus personificado en el dios Mitra.
Efectivamente; el día 25 de diciembre se
celebraba entre los persas y posteriormente en Roma el nacimiento de Mitra,
divinidad que también había nacido en una gruta sobre un pesebre. Del Dios
Mitra se dice que “Ascendió a los cielos, donde mora; a su llamada, los muertos
se alzarán en la tierra en donde se hallan sepultos y serán juzgados. Aquellos
que durante su vida intentaron hacer el bien y vivieron para ello, subirán al
Reino de los Cielos, mas los malignos y perversos, descenderán a las Tinieblas”
(Zend Avesta, cap.XIX).
Entre los asirios se festejaba el nacimiento
de Adonis un 25 de diciembre, como el de Tammuz en Babilonia. No sorprende
entonces que en tiempos de San Jerónimo se construyese la “Iglesia de la
Natividad de Belén” sobre un santuario de Adonis.
También coincide con el día conocido entre los
egipcios como el “Nacimiento de Infante Horus”. Se exponía ante las multitudes
una imagen sacada del santuario para representar la natividad de le Luz y de la
Vida. Se habría gestado en el “Maem Misi”, el Sagrado Lugar, el Argha o
Arca, la Matriz del Mundo. Cómo vástago de los dioses y subyugador del mundo,
cósmicamente simbolizaba el Sol de Invierno.
Esta alegoría fue tomada por los griegos, que
también festejaban el nacimiento de Dionisos o Baco un 25 de diciembre, cuando
le gestó una Virgen, la Magna Mater. En la misma fecha nace entre los nórdicos
el dios Freyr, hijo de Odín y Friga. Freyr es el regente luz celestial en cuyo
honor se encendían hogueras y se distribuían coronas de muérdago.
En la Escandinavia antigua, al llegar la noche
del día 24 se encendían las hogueras de Jul o Yule. Esta fiesta conocida como
Madraneght en lengua sajona, tenía como fundamento el nacimiento de sol, al
igual que en las antiquísimas leyendas germanas que rendían culto a Nornagesth
y Helgi, también nacidos un 25 de diciembre. A Nornagesth le visitan los Tres
Reyes del Destino (Odin, Ohir y Loki) y a Helgi los Tres Hermanos Herreros, de
quienes recibe obsequios.
En el hemisferio sur encontramos al Inti Raymi
o Fiesta del Sol. Es una ceremonia religiosa del Imperio Inca en honor del dios
sol Inti. También marcó el solsticio de invierno y un nuevo año en los Andes
del hemisferio sur. Una ceremonia realizada por los sacerdotes incas fue la
vinculación del sol. En Machu Picchu, aún hay una gran columna de piedra
llamada Inti Huatana, que significa ‘picota del sol’ o, literalmente, ‘para
atar al sol’. Hacia 1572, la Iglesia Católica logró suprimir todas las fiestas
y ceremonias Inti. Desde 1944 una representación teatral del Inti Raymi se
lleva a cabo en Sacsayhuamán el 24 de junio de cada año, atrayendo a miles de visitantes
locales y turistas.
La Noche de San Juan es una festividad de
origen muy antiguo que suele ir ligada a encender hogueras o fuegos. Ligada con
las celebraciones en la que se festejaba la llegada del solsticio de verano en
el hemisferio norte, cuyo rito principal consiste en encender una hoguera. La
finalidad de este rito era “dar más fuerza al sol”, que a partir de esos días,
iba haciéndose más “débil”, pues los días se van haciendo más cortos hasta el
solsticio de invierno. Simbólicamente el fuego también tiene una función
“purificadora” en las personas que lo contemplaban. Se celebra en muchos puntos
de Europa, aunque está especialmente arraigada en España, Portugal, en las
Islas Británicas y en los Países Nórdicos.
En muchos lugares no cabe duda de que las celebraciones actuales tienen una
conexión directa con las celebraciones de la antigüedad ligadas al solsticio de
verano, influidas por ritos pre-cristianos o simplemente vinculados a los
ciclos de la naturaleza.
La celebración del solsticio, y por ende del
Sol, es una forma de recordar la importancia del “Astro-Rey” y de sus ciclos en
nuestras vidas. Un sol que, como afirmaba Platón, es de alguna manera la
representación más evidente de la idea de la divinidad y de la idea del bien.
Fuente
Renato Picerno
Comunicación
Museo Interactivo de Ciencia
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